«Debemos empezar a tomar decisiones pensando que probablemente nunca volverá a llover como antes»

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Marc Ordeix es doctor en Biología e investigador especializado en ecología de ríos. Hace más de dos décadas, desde sus inicios, está al frente del Centro de Estudios de los Ríos Mediterráneos (CERM), en el Museo del Ter de Manlleu, que en 2016 se integró a la Universidad de Vic - Universidad Central de Cataluña (UVic-UCC). En los últimos meses, la falta de lluvia y la situación de sequía han generado muchas preguntas en torno a su ámbito de experiencia y muchas incógnitas sobre qué ocurrirá si en un futuro no llueve o deja de hacerlo con los volúmenes del pasado.

Últimamente, hablamos mucho de la falta de agua, pero no tanto de su calidad... ¿En qué estado de salud se encuentra la biodiversidad de los ríos en Cataluña?

Ahora mismo ríos y estanques están todos bajo mínimos en lo que se refiere a volúmenes de agua. Se han secado tramos que no imaginábamos y otros han pasado de permanentes a temporales. Esto hace que los productos contaminantes que ya existen en el agua se hayan concentrado más que nunca en la poca que queda, situación que provoca la mortalidad de animales acuáticos y peces, pero también de anfibios e invertebrados de todo tipo, y hace que sólo queden los más resistentes. Es como si realmente hubiera habido vertidos tóxicos.

¿La esperada lluvia lo solucionaría?

El agua que hace falta a las personas (para regar, para el hogar, para la industria) se puede recuperar con cierto tiempo de lluvias que recarguen acuíferos y embalses. Y aunque costará, “sólo” es necesario que llueva. Sin embargo la vida que se pierde a veces se recupera y a veces no. Cuando vuelva a llover habrá especies que habrán desaparecido de muchos sitios. Éste es el problema, que buena parte del mal ya está hecho y que no sabemos cuándo podremos, o si podremos, revertirlo.

«La vida que se pierde a veces se recupera y a veces no. Cuando vuelva a llover habrá especies que habrán desaparecido de muchos sitios»

¿Pero podemos hacer cosas para intentar revertirlo?

No es que se puedan hacer, es que debemos hacerlas, porque lo contrario sería un suicidio social aún mayor del que ya estamos provocando. Por poner un ejemplo, el sistema de depuradoras que tenemos implantado en Cataluña, y que durante mucho tiempo ha funcionado, ahora resulta que no es suficiente: debemos replantear cómo son las depuradoras porque, con los volúmenes de agua que ahora bajan por nuestros ríos, su funcionamiento ha quedado obsoleto parcialmente o ha dejado de ser operativo. Debemos empezar a tomar decisiones pensando que probablemente nunca volverá a llover como antes.

Por tanto, ¿el futuro pasa por un uso mucho más racional del agua?

Por tanto, ¿el futuro pasa por un uso mucho más racional del agua? Debemos ahorrar agua, pero también procurar reutilizar la que tenemos. Esto debemos hacerlo todos, individualmente, contribuyendo con pequeñas cosas. Yo insisto en cuestiones tan sencillas como recoger el agua de la lluvia, si se tiene un huerto, o dejar de tener césped en jardines: no sirve para nada y genera un enorme consumo de agua. Entonces existe el reto de resolver temas pendientes de hace años, como mejorar la eficiencia de los sistemas de riego; dejar de recargar los campos con abonos, que terminan en los ríos y balsas; mejorar la calidad de los vertidos, industriales y urbanos; o gestionar el bosque de otra forma, porque ahora mismo tenemos demasiados en algunos sectores.

¿Tener demasiado bosque es contraproducente?

Puede parecer una contradicción, sobre todo si lo dice un biólogo, pero está muy claro: hasta los años 40, los bosques de Cataluña estaban muy pelados, porque se extraía leña para quemar, para hacer carbón o para la madera, y porque se necesitaba terreno para la ganadería extensiva. Pero entonces, progresivamente, este uso se abandonó, se empezó a quemar gasóleo, se dio el paso a la ganadería intensiva, mucha gente fue a vivir a las ciudades y el bosque se fue repoblando. Un paisaje continuo de bosque, sobre todo si es joven y muy apretado, aporta poca biodiversidad, incrementa el riesgo de incendios y consume mucha agua que, en consecuencia, no llega a los ríos.

¿De qué manera el trabajo que se realiza en el CERM puede contribuir a encontrar soluciones a esta situación tan crítica?

Estudiamos los ríos para conocerlos, pero también para ayudar a que se gestionen mejor que en las generaciones anteriores y de acuerdo con la realidad actual. Últimamente hemos acompañado a la Agencia Catalana del Agua en el proceso de achique del pantano de Sau. También trabajamos con empresas y entes diversos para encontrar soluciones sostenibles a la escasez de agua a corto, medio y largo plazo. Incluso hemos tenido que cambiar la forma de acercarnos a los ríos para realizar nuestro trabajo, porque los sistemas de estudio habituales han dejado de funcionar con los caudales actuales, a menudo efímeros. También está el bosque de ribera: procuramos ponerlo en valor porque, aunque consume una parte del agua de los ríos, acoge mucha biodiversidad y hace de filtro, tanto de los contaminantes de los campos hacia el río como a la inversa.

Periódicamente, y desde hace muchos años, lleváis a cabo estudios sobre la calidad del agua y la biodiversidad de varios ríos, como el Ter. ¿Qué nos dice la evolución de estos datos?

Que a pesar de que hemos hecho muchos esfuerzos, no estamos logrando mejorar la biodiversidad y la calidad físico-química y biológica del agua. Y no es que lo hagamos mal, sino que lo que hacemos hoy en día ya no es suficiente. ¿Por qué? Pues porque nos hemos cargado el clima y ese clima desbaratado afecta a cada parcela de nuestra vida. No son suficientes pequeñas medidas para revertirlo y todavía seguimos con la inercia de años, gastando combustibles fósiles y agua como antes, sin darnos cuenta de que esto no es ninguna broma.

«A pesar de que hacemos esfuerzos, no estamos logrando mejorar la biodiversidad y la calidad del agua; no porque lo hagamos mal, sino porque lo que hacemos hoy en día ya no es suficiente»

Pero la labor científica del CERM viene de mucho más lejos que del contexto de sequía actual. ¿Cómo lo definís, vuestro trabajo?

Utilizamos indicadores biológicos como indicadores de calidad. Los invertebrados acuáticos, los peces y la vegetación son, en cierto modo, espías: su presencia o ausencia nos da información, a partir de la cual identificamos qué acciones de restauración y conservación son recomendables y proponemos cambios determinados a ayuntamientos, instituciones y empresas: que construyan una rampa para peces, que eliminen una esclusa, que restauren una franja de bosque de ribera... Nuestra investigación es muy aplicada, e incluso cuando hacemos ciencia más pura, lo que aprendemos también acaba sirviendo para entender cosas y, en última instancia, intentar solucionar problemas.

¿En qué consiste este trabajo de conservación y restauración del medio?

Establecemos acuerdos con propietarios de terrenos, públicos y privados, y les acompañamos para mejorar la gestión de la parte de su finca cercana al río. Les ayudamos, pero también queremos que los proyectos ejecutados sirvan como pruebas piloto: si sabemos qué funciona mejor podremos replicarlo o contribuir a que otros lo repliquen en otros sitios. Ejemplos tenemos muchos, como los 25 kilómetros de recorrido de río y las más de 100 hectáreas de terreno recuperadas en Osona, donde incluso gestionamos dos islas y algunos de los espacios a orillas del río mejor conservados del país, parte de los cuales han sido reconocidos como protegidos (o están en vías de serlo).

Y todo lo que hacéis, también lo explicáis...

Es la tercera pata del CERM, y tan importante como las demás, junto a la investigación y la conservación: la educación, divulgación y sensibilización ambiental. Desde los inicios hemos tenido claro que no tiene sentido dedicarnos a pensar y hacer, si nuestro trabajo no llega a la gente. En 2022 pasaron 2.758 personas por los talleres de educación ambiental que hacemos desde el Museo del Ter y otras 2.852 participaron en actividades que organizamos junto con otras entidades, como las Salidas Naturalistas de Osona.

«La presencia o ausencia de invertebrados, peces y vegetación son indicadores de calidad del agua, a partir de los cuales identificamos qué acciones de restauración o conservación son más recomendables»

En septiembre hará siete años que el CERM se integró en la UVic-UCC. ¿Qué ha aportado esta decisión para el centro?

De manera informal, antes ya teníamos mucha relación con la Universidad. Yo impartía clases en Ciencias Ambientales, habíamos colaborado en proyectos con el BETA... Así pues, la transición fue muy natural y la integración muy progresiva. A partir de ahí, hemos encontrado sinergias con otros grupos de investigación, principalmente de Educación (GRECC) y de Ecología Acuática (GEA), a los que nos hemos integrado. Y, sobre todo, para nosotros fue muy importante pasar a tener el apoyo de la OTRI, la Oficina Técnica de Investigación y Transferencia de Conocimiento: supone trabajar con personas altamente especializadas en la gestión de proyectos europeos, que además son proactivas en la propuesta de nuevas iniciativas... La gestión de los proyectos así funciona mucho mejor, lo que sin duda ha hecho viable que se hayan ido incrementando.

El ejemplo, lo vemos claro en la transferencia de conocimiento: en los últimos tres años habéis duplicado el número de proyectos...

En 2019 teníamos veinte proyectos y unos ingresos de 46.478 euros, mientras que en 2022 tuvimos treinta y nueve, por un importe total de 160.059 euros. El crecimiento ha sido exponencial, pero el número no es todo. Lo importante es que estos proyectos, sean pequeños o grandes, han supuesto trabajar para y con administraciones públicas, instituciones, centros educativos y empresas, en investigación, en restauración, y en educación y divulgación. Es una estrategia buscada, pero también una evidencia de la necesidad que existe por parte de todos estos actores y de que, después de veintidós años de actividad, se conoce y valora al CERM.

¿Qué retos encara, ahora mismo, el centro?

El principal reto es encontrar la forma de tener una parte de financiación estable, que nos permita trabajar con garantías para alcanzar el objetivo principal de nuestra hoja de ruta: consolidar el Centro de Estudios de los Ríos Mediterráneos como un ente de referencia en investigación, educación ambiental, divulgación científica, conservación y restauración ecológica de ríos y de otros ambientes acuáticos continentales.

Un reto concreto y muy necesario es renovar la exposición permanente del Museo del Ter, que permitiría exponer los valores ambientales y el vínculo de la investigación con el territorio. Tenemos una colección extensa con piezas muy interesantes, más de 4.000, algunas de alto valor histórico, que incluye animales y plantas que han desaparecido, que ahora mismo no podemos mostrar al público, aunque tiene usos docentes y para investigación. Llevamos un par de años formando parte de la Red de Museos de Ciencias Naturales de Cataluña y nos gustaría poder reconvertir la pequeña y modesta exposición actual en una exposición inmersiva y moderna.

«Soy optimista porque la sociedad ha cambiado a mejor, pero el futuro dependerá de lo que seamos capaces de hacer a partir de ahora»

¿Cuál será el futuro de nuestros ríos?

Los que nos dedicamos a temas de ecología estamos un poco deprimidos, pero yo soy optimista, porque veo que la sociedad ha cambiado a mejor: la gente sabe qué es la biodiversidad y entiende que es necesario cuidar el entorno, aunque sea para una cuestión tan egoísta como la supervivencia de nuestra especie. También porque estoy convencido de que nuestro trabajo es útil: acompañamos a la sociedad en este cambio y contribuimos a preservar y mejorar el entorno. Y, aunque los resultados no son muy buenos, sin lo que hacemos los que nos dedicamos a esto, ahora mismo estaríamos mucho peor. El futuro dependerá de lo que seamos capaces de hacer a partir de ahora: porque podemos mejorar las cosas, pero también podemos acabar muy mal.

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